jueves, 2 de septiembre de 2010

Dark Pantone (El primer policial negro sudamericano publicitario nerd) Capítulo 8

Resumen de los capítulos anteriores:

Dark Pantone, detective afiliado a SUIPMPYA: Sindicato Único de Investigadores Privados del Mundo Publicitario y Afines, continúa la búsqueda de Tiburcio Anselmi, Director de Arte Senior que supo ser un faro de creatividad y benevolencia para toda una generación y se ha esfumado cuál director de empresa un viernes por la tarde. Su investigación lo lleva hasta Parnasus&Parnasus, la agencia más importante del planeta Tierra y de algún que otro asteroide, desde donde su Director Creativo Silvio Silver ejerce de mandamás indiscutido del quehacer publicitario todo.

Capítulo 8 en su naturaleza intrínseca indisoluble:

¿Cuántos junior con la carpeta de trabajos de la Facu o la escuelita habrían temblado de terror frente al edificio brillante cuál maqueta recién lustrada de Parnasus&Parnasus? ¿Y cuántos más lo harían aún, eh? Miles, cientos, decenas, unidades… El propio Silvio Silver había sido alguna vez uno de ellos. La puerta automática se descorrió como un telón cibernético que me mostró la imagen del éxito hecha realidad: un grupo de periodistas rodeaba a Silvio Silver. Las luces de los faros y los flashes lo bañaban con el fulgor del triunfo. A cada pregunta daba una respuesta inesperada y precisa, desconcertante y atinada. De su nariz aguileña colgaban unos lentes con marco verde flúo, sus cabellos parados con gel como al descuido empezaban a mostrar la sinuosidad cartográfica de unas entradas amplias y casi pude adivinar las zapatillas rojas o naranjas debajo de los pantalones oscuros medio chupines. Los periodistas reían cual claque contratada, y tal vez lo fueran.
- ¿Y qué expectativas tenés para Grummesslang, Silvio?
La pregunta sonó como cristales rotos en una cena de gala, como una corneta de cancha en un concierto de la Sinfónica de Viena. Algunos cronistas intentaron esconder al notero joven que había osado emitirla atrás de los maletines de sus notebooks. La mirada de Silver pasó de la magnanimidad efervescente a la frialdad psicopática.
- Se terminó la conferencia, chicos- dijo, con un hilo de voz. Salió a los empujones del grupo y fue hasta los ascensores. Ahí noté que dos chicas bajitas, de traje sastre, que todo el tiempo anotaban cosas en un cuaderno, lo seguían a pocos pasos. Una de ellas apretó el botón del ascensor mientras la otra le hacía varias preguntas sin esperar respuesta: “¿Estás bien?”, “¿Tenés sed?”, “¿Te pido sushi?”, “¿Te reservo cancha?”, “¿Te saco pasaje?”, “¿Te cambio el hotel?”, “¿Te cargo el iPad?”, “¿Te sirvo un café latte?”. Silver decía que no con el dedo mientras caminaba casi corriendo. Traté de subir en el mismo ascensor, pero dos guardias me detuvieron antes de que pudiera pasar de la recepción.
- ¿Caballero? - preguntó uno de ellos.
- Necesito ver al señor Silver.
- Le recomiendo anunciarse en recepción- dijo el otro, señalándome el interminable mueble combado de mármol rosado con el isotipo de Parnasus&Parnasus tallado en el centro. Me acerqué a la rubia en rollers que mascaba chicle y anudaba una de sus trenzas mientras soplaba el esmalte de sus uñas, lo cuál era una operación llamativamente difícil.
- Vengo a ver al señor Silver.
- El señor Silver no recibe a nadie.
- Es urgente.
- El señor Silver no recibe urgencias, sólo las emite.
- Mire que es muy importante.
- El señor Silver es quién determina la importancia de nuestros asuntos.
- Está bien- dije, alejándome- Le voy a transmitir al Sacralísimo Comité Organizador del Festival y Tertulia Mundial Publicitaria de Grummesslang que no pudo recibirme. Le agradezco mucho.
Cuando dije “Grummeslang” los guardias se pusieron en posición de ataque, las cámaras de seguridad me enfocaron y la secretaria escupió el chicle mientras perdía el equilibrio y caía hacia atrás, dejando a la vista sólo los rollers que giraban en el aire sin sentido.
- Gru…, Gru… ¿Gru?- se podría decir que preguntó desde su incómoda posición.
- Exactamente- respondí.
- ¿A quién anunció?
- Al Sr. Dark Pantone.
Fui hasta el ascensor escoltado por los guardias, que le aplicaron una descarga de pistola eléctrica a un cadete que tropezó conmigo cuando se abrieron las puertas. No dejaron subir a nadie más, deteniendo a dos camilleros que venían corriendo desde una ambulancia que acababa de estacionar en la puerta del edificio. Como una nave que partía hacia la estratósfera, el ascensor hiper ultra moderno empezó a subir con un zumbido imperceptible, como si fuera un capullo de precisión tecnológica que buscaba las alturas, a falta de algo mejor para hacer. La oficina de Silver estaba por encima de las oficinas gerenciales, por encima de la presidencia, por encima incluso de la terraza y la sala de máquinas: era una cúpula inmaculada que parecía flotar sobre todo el mundillo de Parnasus&Parnasus. Después de un sonido de arpa celestial que marcó el final del recorrido, me encontré en un lugar que podría haber sido la mezcla de un bar de Palermo Soho con la salita verde de un jardín de infantes: grandes almohadones de colores, sillones de todas formas y tamaños, máquinas de café, metegoles…. Dos creativos jugaban un reñido partido de ping pong, mientras otro se las veía con un pinball de Aerosmith y más allá había quienes circulaban en coloridos Segways. Era la felicidad de los niños en el mundo de los adultos. Todo esto lo miraba mientras avanzaba hacia la puerta de la oficina de Silver y las dos chicas de traje sastre me bombardeaban a preguntas.
- ¿Por qué no vino una comisión más grande?
- ¿O vino y usted es el primer contacto?
- ¿Esto significa que ganó?
- ¿O es solamente una falsa esperanza que le va a romper el corazón?
Pasamos junto a la mesa de ping pong. La pelotita cayó a mis pies. Se la alcancé al jugador que vino a buscarla: un creativo con una remera de Futurama transpirada.
- Ustedes sí que la pasan bien, ¿eh?- comenté, guiñando un ojo.
- No creas, tenemos que jugar un mínimo de 2 horas por día porque sino nos echan. Es parte del contrato- contestó, mientras se alejaba con la cabeza gacha a enfrentar un nuevo game. “Abogacía, mi viejo tenía razón, abogacía, mi viejo tenía razón…” era el mantra desesperado del que parecía tener la cara de Steven Tyler tatuada en el pecho por haber estado tanto tiempo expuesto a las luces del pinball. Ya frente a la puerta tapizada de señales de tránsito y publicidades antiguas, uno de los Segways estuvo a punto de atropellarme.
- Perdón, estoy apurado porque tengo que vomitar de nuevo- dijo el conductor, pálido como un espectro.
- Adelante, no hay que hacer esperar a Silvio- dijo una de las chicas, accionando el picaporte que me permitiría enfrentar cara a cara al creativo más polémico y cotizado del cono sur: Silvio Silver.

CONTINUARÁ…